domingo, 16 de septiembre de 2012

En apariencia todo estaba controlado y estable. Nadie caía en cuenta de las profundas contradicciones humanas que encerraba esta época. Las brechas sociales se ampliaron y las desigualdades eran cada vez más grotescas. Nadie hacía nada. Fue hasta un personaje muy importante para la historia contemporánea que este escenario sufrió temblores. Karl Marx hace su aparición con un exhaustivo análisis socio-económico de la sociedad industrial que él veía crecer como un monstruo. Enfocó su análisis en las clases sociales que en efecto habían surgido, y abogó por la revolución de una nueva categoría política y social de seres humanos: el proletariado.
Como telón de fondo surgen otras necesidades. Para las naciones es vital conservar sus maquinarias y su ritmo productivo, por lo tanto, el petróleo y el carbón y la búsqueda de todo tipo de materias primas se vuelve una prioridad. La primera Guerra Mundial se desarrollará en escenarios poco convencionales que incluían a buena parte de Oriente Medio. Hitos como el  intrépido Lawrence de Arabia muestran que la preocupación de las potencias europeas era conquistar los pozos petroleros de esa parte del mundo.
Las ciudades crecen. Rápidamente las pequeñas villas se pueblan de nuevos habitantes que acuden masivamente, y cuya vida está integralmente relacionada con la fábrica. Se crea, además, la píldora anticonceptiva, la aspirina, los ferrocarriles para acortar las distancias y romper con las viejas barreras geográficas que impedían el transporte de mercancías, el blue jean -pero su uso era exclusivo de los obreros- y muchas otras prendas de vestir. Hay, en definitiva, nuevos avances, nuevas lógicas.
Con estos cambios, la humanidad abandonó por completo la antigua forma de comprar y vender productos. Se dio el tránsito de las economías de pan coger, a las economías sobrecargadas de producción. Ya no se dependía de, por ejemplo, las estaciones o el clima para producir, ya que en las fábricas que eran todos unos centros artificiales de producción, no existía el tiempo muerto. Por supuesto, la noción del tiempo también se transforma ya que pasa a ser objeto de racionalización, al igual que muchas otras actividades de la vida privada. La figura por excelencia de esta época fue el reloj.
La Revolución Industrial, en tanto ethos, infló las esperanzas de todo occidente, al extender la ilusión de que se había descubierto la vía del progreso. Hay que recordar que un poco antes, en 1779 aproximadamente, Adam Smith había  publicado su célebre libro la Riqueza de las Naciones, donde condensaba una teoría acerca del bienestar humano ligada al rol de los mercados productivos. La mejor palabra para definir todos estos procesos, aquellos cambios en los que se vio inevitablemente involucrada la mayor parte de Europa es esta: Optimismo. Es así, ya que Europa creyó conquistar el mundo a través de la técnica. Su imaginación se expandió a la asimilación de todas las posibilidades que se le ofrecían. Una prueba tangible de este espíritu es Julio Verne y sus memorables sagas de ficción que ilustran mucho mejor esta nueva visión del mundo.  
En efecto, durante la Revolución Industrial las jornadas laborales se podían extender hasta dieciséis horas diarias. Solo hasta la revuelta del primero de Mayo y los Mártires de Chicago, se recortó la jornada laboral a la mitad, adoptando el horario de la actualidad. La Revolución Industrial, entonces, implicó un gran desarrollo en la producción de toda clase de bienes. Con la invención de la Máquina de Vapor por James Watt, Inglaterra catapultó su industria textil a dimensiones nunca antes vistas hasta esa época. La fábrica surgió como un nuevo espacio social, ya que transformó totalmente la forma de vida de todos los habitantes de la hasta entonces provinciana Europa.

La Revolución Industrial tiene por lo general dos formas de contarse. Por un lado, se le atribuye gran parte de los progresos científico-técnicos que dieron impulso al desarrollo económico de las grandes potencias del siglo XIX y XX, mientras que por el otro, menos condescendiente con sus logros, se le señala de haber sido una época fundada y fundamentada en la explotación laboral, el abuso patronal, y como causa principal de los procesos de colonización que tuvieron lugar en África hasta muy entrado el siglo XX.